• Dedicar todos los días un tiempo al niño. Necesita saber que le quieren y que su vinculación afectiva no ha cambiado por su estado de ánimo. Es preciso estimular la comunicación, contarle lo que hemos hecho, preguntarle lo que más le ha gustado del día, hacer planes con él, jugar; en definitiva, transmitirle lo importante que es para nosotros.

 

  • Escuchar lo que dice. En la depresión suelen aparecer pensamientos del tipo: “No valgo para nada, no soy capaz”. Si los padres le escuchan, descubrirán cuándo cuentan las cosas que le ocurren con un tono negativo, tiende a poner un final triste a los relatos o se infravalora y podrán hacerle ver lo equivocado que está: “Es verdad que te caíste, pero lo pasaste muy bien montando en bicicleta; además, no siempre que juegas te caes”.

 

  • Observar su rendimiento académico y animarle a realizar las tareas sin compararse con los demás niños. La depresión puede disminuir el rendimiento o también aparecer a causa del fracaso escolar. Es frecuente que el niño deje los trabajos a medio hacer porque se aburre, es muy susceptible a la derrota o se cansa con facilidad. Acompañarle, hacer las tareas con él y animarle para que termine lo que empieza, ya sean los deberes o un puzle, aumenta la probabilidad de éxito en sus cometidos. Cuando se vuelva irritable porque no le salen las cosas, podemos ayudarle a reducir ese sentimiento mediante relajación y autoinstrucciones que le lleven a continuar: “Otras veces lo he hecho, sólo tengo que fijarme en cómo es; soy capaz de terminar, no es verdad que no pueda; simplemente estoy tardando un poco más en acabar”.

 

  • No negarle lo que siente. No servirá de nada decirle: “Venga, anímate, que no es para tanto”. Respetemos lo que dice, pero sin consolarle, porque una cosa es atender a los sentimientos y otra muy distinta reforzarlos. Sustituyamos las frases de consuelo como “pobrecito, deja, ya lo hago yo” por las de apoyo y ánimo: “Venga, vamos, ya sé que prefieres quedarte en casa, pero necesito que me acompañes a hacer la compra”

 

  • Mantener las rutinas y hábitos de cada día, porque implican actividad y responsabilidades que el niño suele cumplir con éxito; evitar que lo hiciera sería reforzar el estado de apatía en que se encuentra. Hay que reforzar la realización de tareas: “Qué bien has ordenado tu ropa”, “Desde que te bañas tú solo tengo más tiempo para jugar contigo”, “Me gusta ver lo bien que te ocupas de tu hermano”

 

  • Ser coherentes con los límites. Puede que el niño tenga más berrinches de lo normal y le aplicaremos lo usual en estos casos. No temamos los efectos negativos, porque librarle de frustraciones es sobreprotegerlo, y eso sí que dificulta su mejora. La disciplina que se acompaña de atención y demostraciones de afecto es un buen aliado para afrontar la depresión.

 

  • Reforzar las conductas alternativas a la agresión, como acabar la tarea sin enfados, pedir ayuda para solucionar algo, arreglar las cosas que se estropean o expresar sentimientos de enfado, y desatender las conductas inadecuadas, como tirar objetos, pegar o insultar.

 

  • Procurar reducir las fuentes de estrés, como el exceso de actividades extraescolares, las reprimendas constantes o los cambios de colegio o casa, que contribuyen a hacer crónica la depresión.

 

  • Suelen aparecer esquemas de pensamiento catastróficos; evitar que se mantenga en esa situación es posible cuando distraemos la atención que presta a esas ideas con un paseo, una película o una visita urgente al vecino. Si conseguimos que no piense en lo que le pone triste, dejará de sentirse así.

 

  • El niño utiliza a menudo los dolores de cabeza, estómago o músculos para zafarse de determinadas tareas, sobre todo del colegio. Si no existe una razón médica, el niño está comunicándonos su estado de ánimo a través de la queja: “me duele” le ayudará explicarle lo que no sabe decir y mantenernos firme en el cumplimiento de sus tareas: “Entiendo que no tengas ganas de ir al colegio, pero no hay razón para no asistir a clase”. El humor puede ayudarnos: ¡Huy, esa cabeza! La cortamos y así no te duele todas las mañanas”.

 

  • Respetar los horarios de sueño. El patrón suele alterarse por exceso o defecto, pero hay que mantener hábitos como las horas de levantarse y acostarse. Podemos comprarle un despertador que elegiremos con él, y establecer una rutina que siga de forma inmediata al levantarse: vestirse, llamar a alguno de los padres, poner el desayuno, etc. Acostarse siempre a la misma hora, tras la rutina de leer un cuento, favorece la conciliación del sueño. La siesta puede convertirse en el momento de parar cualquier actividad y, si no se duerme, estaremos en la cama y aprovecharemos para enseñarle a relajarse.

 

  • Mantener los hábitos de alimentación. Se recomienda utilizar platos pequeños y no llenarlos, dejar que pida repetir. Si disminuye la ingesta, conviene averiguar cuáles son sus platos favoritos y cocinarlos con él. No debe comer sólo lo que quiera ni picar entre horas, aunque se puede negociar con algún capricho: “Después de comer la fruta podrás comerte esa golosina”, “los jueves merendaremos bollos de chocolate”.

 

  • Estar alerta ante cualquier referencia al suicidio. El niño deprimido suele sentirse culpable, pero si dice: “Lo bien que estarían los demás si desapareciera”, hay que comentarlo rápidamente con los profesionales que le atienden. La incidencia es muy baja, pero se da.

 

La depresión es un trastorno que puede ser tratado con éxito; todas las actuaciones descritas ayudarán a que el pronóstico pueda ser positivo.

 

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